Sí exactamente la contraria. Parafraseando a uno de los grandes gurús de la educación, el gran Richard Gerver, la mayoría de nosotros al nacer tenemos una intuición, creatividad y curiosidad infinita que nos aboca al aprendizaje en todo momento y en cualquier circunstancia. Somos desde nuestro nacimiento como Mariposas volando continuamente sin parar, empujados por nuestra insaciable hambre de búsqueda de nuevas aventuras de aprendizaje. Nacemos con todas estas capacidades innatas por lo que desde muy pequeños nuestra creatividad nos aporta una gran capacidad para resolver cualquier problema que se nos presente: bajar un escalón, subirnos al sillón, ponernos los cordones, etc.
Y efectivamente así recuerdo vagamente mi niñez. Recuerdo que era un niño muy inquieto y que mis padres me aportaron los condimentos de seguridad, confianza y autoestima claves para comenzar mis primeros viajes de aprendizaje. El error nunca era un problema para mí, pues nunca venía acompañado de una riña, simplemente era una consecuencia natural e ineludible de los viajes del aprendizaje. En definitiva, era un aprendizaje más, otra experiencia en el camino que me acercaba a mi objetivo. No tenía miedo y estaba continuamente volando hacia una nueva aventura, empujado por el motor de mi infinita curiosidad de conocer el mundo.
De pronto, un buen día, a los 6 años de edad (edad a la que comenzaba en España la escolarización obligatoria en los tiempos de la EGB), mis padres me dijeron que tenía que ir con todos los demás niños de mi edad a la “escuela de vuelo”, que allí me prepararían para volar mejor, hacerme mayor y saber afrontar el futuro. Me resultaba muy raro que en una escuela de vuelo, a nosotros que éramos tan inquietos y dinámicos como las mariposas, nos tuvieran sentados la mayoría del tiempo detrás de una mesa, sin poder hablar ni comunicarnos con los demás, recibiendo un motón de información teórica sobre cómo desarrollar nuestras capacidades de vuelo.
Pensé que eso sería sólo al principio, pero siempre que volvía a clase era prácticamente igual. Continuamente me preguntaba por qué no nos enseñaban las asignaturas volando fuera de esas paredes de ladrillo, jugando con los demás compañeros para resolver los diferentes problemas que nos plantearan nuestros instructores. Según tenía entendido eso es lo que luego realmente hacían los adultos en sus trabajos. Entonces, empecé a pensar que quizás yo no era como una mariposa, pues si lo fuera, mis instructores y sus jefes me estarían enseñando de otra manera.
En estas escuelas nunca se hablaba de volar y realizar aventuras de vuelo, sino que estábamos todo el tiempo sentados en el pupitre haciendo números y repitiendo cosas que en la mayoría de los casos no entendía para que servían, en definitiva, me aburría muchísimo y me ponía a pensar en las musarañas. Y siempre se me venía a la cabeza la misma cuestión, “Si los instructores de vuelo y sus jefes piensan que esto es lo que tengo que aprender para ¿volar?, mejor dicho, para caminar en el viaje del aprendizaje, empiezo a tener claro que más bien soy una oruga”.
Así, esa persona inquieta de curiosidad infinita y aprendizaje insaciable que llegó alegre y segura a la “escuela de vuelo”, empezó a sentirse insegura y comenzaron a aparecerme los miedos a las nuevas aventuras de aprendizaje que nos proponían nuestros “instructores de vuelo”, ya no eran divertidas, y la sombra del fracaso comenzó a nublar mi inquietud y ganas de aprender.
Al terminar la EGB y llegar al Instituto ya estaba convencido de que realmente nunca fui como una mariposa y de que jamás pude volar, eso solo eran recuerdos de niño, simple fantasía, en definitiva, un sueño. “Pero qué infantil era, si soy una oruga, lenta, temerosa e indecisa, es imposible que jamás pueda volar en el camino del aprendizaje. Eso es un valor reservado para las Mariposas. Más vale que me contente con poder caminar un poquito cada día”. Y así llegué a convencerme prácticamente de que no estaba capacitado ni me gustaba aprender, en definitiva de que era una persona bastante torpe como para poder seguir estudiando.
Este es, a grandes rasgos, el modo en que la maquinaria de la formación reglada expulsa actualmente al 30% de las “mariposas” de nuestro sistema educativo haciéndonos creer que somos “orugas”. Poco a poco nuestro sistema educativo va golpeando y demoliendo la curiosidad, creatividad y seguridad que teníamos de niños. Un sistema educativo excesivamente normalizado, industrializado y desdotado de las herramientas necesarias para que nuestros docentes puedan individualizar tanto las enseñanzas, como los ritmos de aprendizaje y sus metodologías a cada uno de sus alumnos.
Sííí ya sé que esto es un problema multifactorial en el que intervienen numerosos actores, familia, amigos, estado, etc; y que además la ponderación de la importancia de cada uno de ellos va cambiando con la edad, pero esta es mi experiencia vivida y es la que puedo contar. Por tanto, nunca olvidemos lo que somos desde que nacemos, que sabemos volar y que nuestro estado natural e innato es el de la curiosidad infinita y el aprendizaje ilimitado. Por tanto, ¡Salgan a la calle y no dejen nunca de volar!
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