Y es que estoy realmente cansado de tanto tertuliano, mejor dicho, “tertutodo” y de tantos colectivos ideologizados que levantan la bandera de la innovación y el emprendimiento sin creer realmente en la libertad y en el progreso. Farsantes que exponen un discurso, pero que actúan de forma muy distinta, luchando visceralmente por mantener su “Status Quo”, para que nada cambie, para que todo se mantenga igual que cuando ellos llegaron. Especie conocedora de su incapacidad que conspirará, lo que sea necesario, para mantener su posición. Debe ser la sociedad civil quien comience a cerrar tanto debate estéril e ideologizado a los que nos tienen acostumbrados, ya vacunados, los partidos políticos. Se les llena la boca al hablar de progreso, innovación y emprendimiento, pero ninguno de ellos llega a la raíz del problema porque temen que sus estrategias y decisiones se tiznen de un tinte de color que ya ha patrimonializado el partido contrario. Decisiones que se toman desde una posición cerrada e ideologizada, temerosas de que la opinión pública las tizne de un color u otro, decisiones, por tanto, encarceladas y encajonadas, lejos de la libertad. Y es que sólo progresaremos si existe innovación, que no es más que, la aparición de una tecnología nueva provoca que la tecnología antigua, y toda su industria que la rodea se derrumbe, surgiendo una nueva industria sobre las cenizas de la antigua que mejora la calidad de vida de las personas. Cesar Molinas apunta que esta situación ha ido ocurriendo a lo largo de toda la historia de la humanidad desde la aparición de nuevos medicamentos, la aparición de la telefonía móvil o la irrupción de Amazon para comprar una infinidad de artículos.
Para que surja una innovación es necesaria la figura del emprendedor, persona con visión e intuición para proyectar como una determinada invención puede llegar al mercado y modificar los hábitos de consumo de las personas. Y la del financiero, persona que, compartiendo la visión del emprendedor, está dispuesto a arriesgar su patrimonio aportando su dinero a la innovación esperando conseguir éxito económico con su inversión. Por tanto, si queremos que nuestra sociedad progrese, necesitaríamos que nuestros políticos legislen a favor de estos dos actores, el emprendedor y sus posibles financiadores. ¿Y por qué esto no ocurre en nuestro país? Porque existen tres variables fundamentales para que una sociedad progrese, las cuales brillan por su ausencia en nuestro país: Que sea abierta, optimista y que valore el fracaso.
- Una sociedad abierta, en su sentido Poperiano, es aquella que hace a los individuos sujetos de sus propias decisiones en detrimento de la costumbre o de la tribu, que fomentan el individualismo y admiran el desarrollo personal. Donde todo está lleno de verdades provisionales, sujetas siempre a debate y en continuo estado de revisión. En este punto permítanme apuntar que mi concepto de “individualismo” es entendido como fomento del desarrollo personal y de las capacidades individuales como el mejor camino para optimizar la financiación del estado de bienestar.
- Sociedad optimista en el concepto de Deustch, que favorece la innovación porque realmente cree que a larga aporta más beneficios que inconvenientes. No puede haber progreso en una sociedad pesimista en el que las innovaciones son percibidas como amenazas que irrumpen para romper el equilibrio establecido.
- En cuanto a la valoración al fracaso, simplemente apuntar que hasta que no concibamos el fracaso como fuente de aprendizaje y sabiduría adquirida seguiremos teniendo miedo al emprendimiento, al juicio social del “qué dirán”, seguiremos siendo una sociedad en la que los empresarios siempre preferirán ser estanqueros o competir en oligopolios energéticos tal como ocurre actualmente en nuestro país.
Para salir del terreno de la opinión ruego me permiten aportar brevemente una serie de datos. El informe “Doing Business del Banco Mundial de 2012”, España se encuentra en la posición 136 entre 185 países en el ranking respecto a “facilidades para comenzar una empresa o negocio en el país”. En este informe España se encuentra, por ejemplo, por detrás de países como Afganistán o Azerbaiyán. En cuanto al ranking de “número de procedimientos para comenzar un negocio”, estamos en el puesto 111 , y en cuanto al ranking en la variable “carga regulatoria que tiene que soportar la empresa” estamos en el puesto 120. Con estos números no es difícil apuntar la idea de que posiblemente sea España el país occidental donde más difícil resulte realizar un emprendimiento. Por eso, nuestra sociedad innova poco y emprende poco, no porque no tengamos capital humano, que de formación y de creatividad reboza España, al menos a mi juicio, sino porque a nuestros políticos les da miedo fomentar una sociedad abierta, libre y optimista. Por ese motivo, legislan una ley de emprendimiento donde no resuelven los tres principales problemas: elevada burocracia, elevados costes de inicio y los problemas de financiación al proyecto o idea para alguien que no tenga un respaldo económico inicial. De hecho, la nueva ley de crowdfunding, lejos de aportar libertad y facilitar el flujo del dinero, sobre todo para el pequeño inversor, lo que hace es limitar drásticamente la intervención de los pequeños inversores para invertir en los proyectos en los que crean, ya que han legislado limitando la capacidad inversora a personas que, como mínimo, tengan en un banco 100.000 euros depositados y que, además, deben estar acreditados como inversores por una serie de entidades acreditadoras que ellos pueden controlar, en definitiva, limitando la libertad individual del pequeño inversor. Que no nos mientan más, ellos no creen en el progreso, ni en la innovación ni en el emprendimiento.
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