Nuestras prácticas de aprendizaje siguen potenciando y premiando en las aulas la memoria, entendida como capacidad de reproducir contenidos textualmente y la capacidad del alumno para reproducir tareas rutinarias, teniendo además como gran objetivo el examen final, la prueba de corte omnipotente que te otorga la gloria o el destierro. Además, sigue fuertemente arraigado, sobre todo para aquellos docentes más castizos, la idea de que una elevada dificultad del examen final unida a un porcentaje bajo de aprobados en una asignatura denotan un alto grado de conocimientos y competencias del docente a cargo de esa asignatura. En definitiva, seguimos premiando los “complejos de adolescentes” de todos aquellos docentes que entienden el aula como una oportunidad magnífica para alimentar su ego y demostrar su elevado nivel de conocimiento. La creatividad, la capacidad de análisis y el razonamiento de un problema siguen estando, no solamente fuera de las competencias objeto de evaluación, sino totalmente ausentes en nuestros métodos de enseñanza-aprendizaje. ¡Claro! Tener docentes que dicten apuntes es mucho más barato que tener un cuerpo docente que fomente el trabajo grupal, la resolución de conflictos y la capacidad de análisis, ya que obviamente, esto último exige una mayor cualificación. Con este sistema educativo, orientado a la memoria y a la repetición de contenidos textuales, es normal que nuestros alumnos nos sugieran o incluso exijan que les aportemos los apuntes por adelantado. Es muy posible que su pensamiento sea algo parecido a “dame los apuntes que los intentaré memorizar para superar el examen y dar larga a la asignatura para siempre”. Un sistema de aprendizaje tan cerrado y reproducible literalmente podría explicar, tal y como plantea Luis Garicano en su libro El dilema de España (Ed. Atalaya, 2014), esa obsesión de los partidos políticos por controlar la educación como una manera directa de crear adeptos ideologizados. Si tenemos claro que estamos ante una sociedad donde Internet ha generado un cambio radical, al menos en cuanto a la capacidad de cualquier ciudadano para acceder a la información, siendo ésta prácticamente ilimitada, es razonable pensar que la tarea de nuestros docentes no debería estar tan orientada hacia la selección de información que consideren relevante y su reproducción literal en el aula. Nuestro problema como docentes es ahora diferente, deberíamos centrar gran parte de nuestro esfuerzo en potenciar la capacidad de nuestros alumnos para seleccionar la información, analizarla y generar conclusiones creativas, personales, que generen conocimiento innovador y aporten valor a nuestra sociedad. Esto implicaría que las prácticas tradicionales de enseñanza, entendiendo éstas como escuchar la lección del profesor, memorizar hechos, fórmulas y procedimientos o trabajar problemas concretos, no serían métodos adecuados para potenciar las capacidades anteriormente descritas ya que están orientadas a la capacidad de reproducción literal de contenidos. Jam Bietenbeck analiza en un estudio elaborado en este año 2014 los efectos que provocan sobre los estudiantes la aplicación de prácticas tradicionales de enseñaza respecto a prácticas modernas, entendiendo éstas últimas como trabajar en equipo, dar explicaciones en público o al resto de la clase y relacionar lo aprendido con situaciones de la vida diaria. Se observa claramente cómo las primeras potencian significativamente las capacidades de los alumnos para memorizar y reproducir tareas mientras que las segundas incrementan significativamente la capacidad de razonamiento y creatividad. Por tanto, deberíamos ir pensando en la imperiosa necesidad de implantar en nuestras aulas prácticas modernas de aprendizaje ajustando los métodos de enseñanza al nuevo escenario que Internet junto con todas las nuevas tecnologías de la información están construyendo. Por supuesto que no estoy planteando un cambio radical de unas prácticas a las otras, pero lo que no es tolerable, al menos para nuestro sistema educativo, es que después de aprobarse en España, la popularmente conocida como Ley Wert, Ley Orgánica 8/2013 de 9 de Diciembre, séptima reforma educativa desde 1980, sigamos sin entrar a debatir y cuestionar aspectos tan importantes para nuestro sistema educativo como los métodos de aprendizaje y sus efectos a largo plazo en nuestros alumnos, sobre todo cuando nuestros competidores más directos como son Alemania, Reino Unido, Francia, etc., vienen aplicando los métodos modernos desde hace más de dos décadas.
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