LA CASTA POLÍTICA

Mi reflexión dista contundentemente de la intención de ser un arma arrojadiza más sobre el concepto puro y limpio de la “política” tan noblemente expresado por Platón en su concepto de “Ciudad-Estado” formada por seres sociales embadurnados de moral y ética.

Nuestra sociedad se equivoca cuando culpabiliza de todos nuestros males a nuestros políticos, seres despreciables sin moral que utilizan su posición en beneficio propio y el de su camarilla y no en beneficio de nuestra sociedad en general.  Este desprecio global, falto de concreción y personalización, nos está conduciendo de forma natural y automática, hacia una inconsciente  animadversión y actitud negativa en torno al concepto “Política”. Los ciudadanos, la sociedad cívica, tenemos la responsabilidad de frenar y modificar la orientación de esta peligrosa asociación de conceptos. Tenemos el deber de convertirnos en los guardianes y protectores de la “Política” como única herramienta que nos permitirá, a través del discernimiento y la reflexión crítica, sacar a nuestro país de la crisis de confianza, en definitiva, crisis social y económica que se ha instaurado con vocación perenne en nuestro país.

Si no practicamos y defendemos la política con tesón y fortaleza, facilitaremos la entrada en nuestro país de planteamientos radicales, totalitaristas y fascistas, taly como se está observando en otras zonas de nuestro continente europeo. Siguiendo las reflexiones de mi buen amigo Juan Domínguez, poeta y escritor malagueño, “debemos asumir todos los ciudadanos la responsabilidad de hacer política, puesto que la política no es algo destinado y exclusivo de los políticos sino que se inicia desde nuestras respectivas comunidades de vecinos”.

Una vez ampliada la responsabilidad de la Política a todos y cada uno de los miembros que convivimos en una sociedad civil y, desde el firme convencimiento de la importancia de “La Política”, parece razonable pensar en la imperiosa necesidad de implantar en nuestro país algunos mecanismos que facilitarán el paso de la perspectiva de “políticos de profesión” actualmente tan arraigada e instaurada en nuestro país a la de “Políticos de vocación”.

Parece conveniente en este momento destacar que no creo que ninguna persona debiera de ejercer la gestión de lo público (exceptuando obviamente a los funcionarios de carrera) más de 12 años, tiempo que considero suficiente para implantar la mayoría de las estrategias estructurales y largoplacistas. Por otro lado, destacar que durante ese periodo, las personas que se comprometieran con la gestión de lo público deberían tener remuneraciones económicas directas, es decir dentro de su salario y no en conceptos de dietas u otras conceptos similares,  que deberían ser, en la mayoría de ocasiones, entre 1,5 a 3 veces superiores a los que actualmente existen en nuestro país.

Expresada la importancia de la Política y el tiempo medio que podría ser razonable de participación, independientemente de los mecanismos de elección de los equipos de gobierno, de la distribución de votos y demás cuestiones relacionadas, tan ampliamente debatidas y de necesaria revisión en nuestra legislación actual, quiero destacar tres variables que considero debería reunir cualquier persona que quisiera dedicarse unos años a la gestión de lo público y que permitiría ir eliminando de nuestro escenario político a los “políticos de profesión”.

1. Aptitud: La formación académica general y sectorial de una persona que tiene que dirigir un departamento de una gran empresa como puede ser cualquier concejalía, delegación o consejería, circunscribiendo la reflexión a nuestra Comunidad Autónoma Andaluza, se nos antoja que debe ser muy significativa y dilatada. Es decir, sería razonable que un consejero de sanidad fuera licenciado en un área relacionada con las ciencias biomédicas con formación de postgrado en gestión y administración de empresas en general y de perfeccionamiento sectorial. De igual forma, un concejal de hacienda debería ser licenciado en ciencias económicas o empresariales con formación de postgrado en administración y dirección de empresas, etc.

2. Vocación: La política, debe ser una inquietud de mejorar la gestión de la cosa de lo público,  en definitiva una inquietud de ayudar y mejorar la calidad de vida del colectivo sin esperar nada a cambio. Un acto motivado por el deseo de trascenderse de las personas, de dejar huella en su paso, de ayudar y mejorar al grupo social. Es una vocación que implica mucho sacrificio alejada de toda orientación a resultados en el corto plazo y basada en una estrategia a largo y, por supuesto, sin dejar de resolver y gestionar todos los problemas que se presentan y generan en el corto plazo.  Por tanto, la gestión de lo público tiene la obligación de generar estrategias largoplacistas cuyo rédito social y económico no se verán reflejadas en el colectivo hasta pasado, en muchas ocasiones, de cinco a ocho años. Es precisamente esta cualidad del político la que nos alejaría de los riesgos de la tecnocracia muchas veces orientadas a políticas de resultado en el corto plazo faltas de visión colectivo. A veces las políticas deben ser simplemente eficaces y no eficientes para poder conseguir políticas verdaderamente sociales y orientadas al mantenimiento y protección del estado del bienestar. Es conveniente destacar que el estado de bienestar al que hago referencia es al de la igualdad de oportunidades para todos con mecanismos de protección de los más débiles y con las necesidades básicas de educación, sanidad, vivienda y alimentos cubiertas para todos, que no es lo mismo que “el todo es gratis”. Además, esta cualidad principal e inalienable del político, evitaría la barroca gestión populista orientada al resultado operativo fuera de toda visión estratégica a la que normalmente nos tienen acostumbrados muchos de nuestros políticos.

3. Experiencia: para gestionar empresas grandes y complejas necesitas acreditar tu “rodaje” en empresas de similares envergaduras o con similares complejidades, los ciudadanos no podemos permitirnos que nuestros políticos aprendan su “oficio” en puestos tan relevantes mediante el ensayo-error, deben ser personas de experiencia acreditada en los sectores en los que van a desempeñar su función, de manera que comprendan la problemática a la que se enfrentan y sean capaces de resolver las situaciones de la forma más adecuada. Nuestra sociedad está continuamente dilapidando la experiencia, destruimos todo el conocimiento empírico que numerosas personas acumulan realizando una pésima gestión del conocimiento de nuestras organizaciones públicas por el simple hecho de pertenecer a un determinado partido político. No podemos permitirnos descapitalizar nuestras organizaciones públicas de tan relevante capital humano en beneficio de nuevas “sabias” basadas en no sé cuantos favores y prebendas cocinadas en las bases de los partidos.

Con todo, aunque es evidente que para gestionar en el ámbito privado cualquier departamento de cualquier pequeña o mediana empresa precisa de aptitud y experiencia específicas del sector en el que desempeñas tu actividad impregnada de vocación por el trabajo que realizas, no parece  que lo sea tan evidente para la gestión de lo público, tan sólo analicen los perfiles profesionales de muchas de las personas que gestionan sus distritos, concejalías, delegaciones, consejerías, etc.

Es incomprensible observar cómo el color político al que pertenecen los militantes de los diferentes partidos y su trayectoria interna dentro del aparato condicionan de forma considerable sus aspiraciones futuras para alcanzar un puesto relevante en la gestión lo público independientemente de su capacitación profesional y experiencia acumulada para su desempeño.

Nunca, y posiblemente ahora, se hace mucho más necesario como consecuencia de la situación tan compleja por la que está actualmente atravesando nuestro país, deberíamos permitir que personas sin cualificación profesional, experiencia sectorial y vocación en la gestión de lo público asumieran puestos de responsabilidad.

Por último, y no por ello menos importante, otra cuestión a debatir y reflexionar en otro apartado sería el papel de las juventudes políticas, tan a menudo excesivamente prematuras, con frecuencia viveros de políticos de profesión.

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