QUEJARSE

Ya es sabido que la envidia ha sido, o todavía sigue considerado, como el deporte favorito de gran parte de la sociedad. Esa actitud miserable de envidiar a los demás, una actitud tan extendida en tantos rincones del alma humana que muestran complejos sin descifrar. Una actitud, ésta de la envidia, que suele ser la antesala del odio. Hay personas que no solo se sienten satisfechas con sus logros personales o profesionales, sino que también necesitan el fracaso destructivo de los demás, o de alguien al que nunca podrán suplantar. A veces, sienten más satisfacción por la derrota de los demás que de sus propios éxitos. Sentimientos enfermos. No es una desgracia que ocurra solo en nuestro país como mucha gente pueda pensar, no. No tenemos esa exclusividad. Tristemente va asociada a la condición inhumana. Algunos tratan de disimular ese contravalor manifestando aquello de la envidia sana. Y yo me pregunto, ¿qué es eso de la envidia sana?, eso es pura envidia pero con un barnizado de hipocresía. ¿Tan difícil es decir admirar?

la envidia gran enfermedad de nuestra sociedad

Sin embargo, en el ranking de actitudes no deseables, a pocos metros, y escalando posiciones a una velocidad vertiginosa, se encuentra una que está de moda en estos tiempos tan convulsos: quejarse. No hay un informativo, abras un periódico, te conectes a internet (las redes sociales se llevan la palma), o simplemente tengas una informal conversación con alguien que te encuentras de una manera casual, en la que no sufras una avalancha de quejas por metro cuadrado de tal calibre, que al final te inviten por cambiar de canal, cerrar el periódico, desconectarte de la red o mandar a paseo al quejoso. Con esta crisis que estamos padeciendo, que da la impresión de no tener final, y que la tendrá, pero no como algunos quieren, quedan al desnudo multitud de comportamientos que solo funcionan al abrigo del maldito dinero. Si no existe ese dinero, o al menos en las cantidades que requieran para no tener que esforzarme demasiado, entonces la llamada queja, adquiere todo su valor. Descubrir la importancia del dinero a estas alturas es una absoluta estupidez, pero mayor estupidez es estar esperando que las soluciones a todos nuestros males surjan de Ángela Merkel, Sarkozy, Obama, el BEC, el IBEX o como se diga, la desconocida prima de riesgo que tantos quebraderos de cabeza nos está dando, y nosotros, los mortales de a pie, sin saber que existía una prima que tanta puñeta nos hacía. Es más, lo felices que vivíamos sin saberlo. Ha bastado que estalle esta crisis para enterarnos. Toda una evidencia, solo nos enteramos de ella en los malos momentos, esos que tienden a esquilmarnos a base de impuestos, multas, tasas y demás. En tiempos de bonanza ni sabíamos de su existencia. Estaba claro, los beneficios se los repartían entre unos cuantos, los perjuicios ya lo sabemos. Sin querer desviarme demasiado del asunto de marras, hoy todo el mundo se queja. Una pesadez. Todos tienen algo para darle rienda suelta a la queja. Insisto, siempre hay algo. Encontrarte con alguien que no se queje, es algo así como extraño, lo miras mal. Te asalta una curiosidad que no puedes evitar, y te preguntas irremediablemente, ¿se estará quedando conmigo?, ¿éste no se queja? Inaudito. Para escuchar a alguien que verdaderamente tenga motivos para hacerlo, motivos de verdad, se te cuelan una docena que sufres en silencio el suplicio de la queja. Digo en silencio, no se vayan a molestar. ¿Cuántas veces escuchamos al cabo del día, esto está fatal?, ¿cuántas? Y sí, la cosa no está para muchos saraos, pero ¿qué hacemos?, ¿seguimos quejándonos?, ¿es ese el camino?, ¿esperamos que sesudos dirigentes nos resuelvan la vida? En cuanto detecto a algún quejoso/a cerca de mí, me alejo inexorablemente. Son unos/as auténticos coñazos. No quiero estar con personas que estén lamentándose continuamente, quiero personas que les brille la cara, que se enfrenten a las adversidades, una a una. Que se levanten cuando caigan. Esa es la vida, convivir en ocasiones con situaciones complejas que hay que hacerles frente, con ánimo positivo, y si puede ser con una sonrisa. Y si uno no puede con alguna de ellas, tener el coraje de marcharse a casa en silencio, sin aspavientos, con la conciencia tranquila de haberlo intentado. Nunca un problema, una situación adversa pudo con la esperanza, nunca. Envidia, muy de cerca el quejarse, delatan oscuridad. Enfrente, la esperanza de volver a vencerlas. En ese duelo a veces desigual, siempre vencerá la luz.

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